lunes, 5 de enero de 2009

De Zoster, culebrillas y malas palabras.


Todo empezó con una ronchita chiquitita en la panza, tirando para el lado derecho. Ni me preocupé; “me picó un bichito, o el perfume del jabón me dio alergia, nada de qué preocuparse”, pensé.

La cuestión es que la ronchita me picaba de vez en cuando, pero cuando me rascaba -cosa inevitable para mí, sobre todo porque rascarse es verdaderamente placentero- me dolía bastante.

Al otro día la ronchita se agrandó, y no solo eso: encontré nuevas ronchitas, o mejor dicho, nuevas ampollitas minúsculas, coloraditas, también en la panza y en la espalda, más o menos a la misma altura.

Le pregunté a mi suegra, que es doctora, a ver si tenía idea de qué podía ser eso (debo reconocer que las ventajas de tener un médico en la familia son numerosas, y no dudo en aprovecharlas). Me dijo que podía ser el “herpes Zoster”, a lo que yo, con mi nulo conocimiento en estas cuestiones, la quedé mirando con cara de “¿Y cuánto me queda?”. “La culebrilla. Se ve que andás con las defensas bajas...”, me dijo

La culebrilla. Y yo que pensaba que la vieja y querida culebrilla era un invento de las viejas y las curanderas que siempre decían “¡Que no se te junte la cola con la cabeza porque TE MORÍS!”. Igual, cuando me hablaban de la culebrilla, yo me imaginaba que la gente que la padecía tenía dentro de su organismo una especie de parásito largo y blancuzco, alimentándose de andá a saber qué fluidos o humores asquerosos, que se iba alargando hasta que le daba toda la vuelta y se le juntaban la cola y la cabeza.

Resulta que al final, y previo consejo de mi suegra, fui a ver al médico para que me dieran un retroviral o algo de eso, porque además aprendí que el tema del Zoster tiene algo que ver con la varicela que tuve a los catorce años, y que me contagié a propósito, pero ésa es otra historia…

El médico que me atendió era un muchacho joven que hablaba muy rápido, por lo que algunas cosas no le entendí. Ahora, durante la consulta se suscitó un pequeño diálogo, en la que surgió una palabra que yo nunca pensé que iba a escuchar de un médico en medio del ejercicio de su profesión (no me sorprendería escucharla, dicha por la misma persona, en ámbitos menos formales). Transcribo el diálogo:

Doctor: ¿Y te pica?

Yo: Sí, pero no mucho, en momentos puntuales, no me pica todo el tiempo…

Doctor: Ta, pero cuando te rascás te duele hasta el orto, ¿no?

Yo: …ejem ... eh... sí…

Y bueh, resulta que ando con las defensas bajas, producto del estrés de estos últimos días; el lunes tuve un examen y la verdad que lo pasé bastante mal, psicológicamente hablando, y por eso se me manifestó la culebrilla.

Ahora estoy tomando remedios cada seis horas y esas cosas, y de vez en cuando me rasco, y me duele hasta el orto…

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